miércoles, julio 27, 2005

Gafas de sol

El viento sopla estar tarde similar al alarido de un bebé, impertinente y enloquecedor, se mete por los huecos de los ladrillos y silba para que todos despertemos. Estos días no son una canción pop, aunque la radio diga lo contrario. La quietud de las 5 de la mañana parece una prolongación de las sábanas, los búhos sorben café en los bares de carretera. Se cobran y se pagan 3000 euros por un mes en bungaloes de primera línea. Las aves migratorias de ahora con climatizador de serie y tablas de surf en el lomo, ponen rumbo a climas más generosos. En los atascos discuten papá y mamá y sacan a relucir el tema de la abuela, una vez más, y otra. El mar al llegar recuerda a la puerta de un banco en la época del corralito, todos exigen su parte; son 10 días alejado de la máquina y los guantes de plomo, hay que divertirse para enseñar las fotos a las amistades, hay que esconder los bocadillos de mortadela y las latas de berberecho para que no salgan en la foto, nosotros no somos unos cutres, estaría bueno. Por la noche, la luna aprovecha para ponerse guapa frente a su espejo de sal y algas, y después de que los municipales dispersen el botellón de la playa, suena la canción más simple de la naturaleza, la partitura se la comieron las gaviotas. Atasco en la playa desde bien temprano; temprano para estar en vacaciones, claro. A esta hora ya habría empaquetado medio producción. Stop. El mar eterno tiene un azul que se confunde con el del cielo, y se pliegan al final del todo en una ralla que consensúa su mínima diferencia. Agosto vuelca las oficinas, los talleres, las fábricas, las aulas, los confesionarios sobre el turismo de sol y playa, la joya de nuestra corona per secula seculorum, amén. Qué guapos todos en el encuentro en la estación, va a ser una semana especial. Septiembre es el título de una película, los bikinis y las botellas de ron, no obstante son tan reales como el acto reflejo de sonreír en invierno viendo las fotos que estamos haciendo ahora: qué guapos todos, y qué morenos. Esta la pondré en el corcho al lado de la que me hice la semana pasada en la visita al pueblo de los abuelos. En el cine al aire libre nace el germen de los revolcones en la arena al amanecer, fíjate irnos tan lejos para descubrir esto. Él que se joda con su tristeza, sus poemas específicos y su vocación suicida. Ahora estamos tú y yo, y las hamacas parecen cómodas, es demasiado temprano para que nadie pase por aquí, vamos allá. La cámara sube lentamente y enfoca el amanecer púrpura de las vacaciones. Fundido en negro.

martes, julio 26, 2005

Again

Detesto verme en fotos antiguas, sobre todo en las que retratan momentos de felicidad. Odio con toda mi alma esa mirada de anestesia, como un espejo trucado; esa manera de engañar que tiene el papel de fotografía, brillo o mate, da igual. Últimamente uso dos almohadas verdes para taparme en la siesta, no sé exactamente por qué, el color, supongo me inspira hierba fresca, y este verano está siendo el más cálido de los que recuerda el almanaque zaragozano. Supongo que si le diera a alguna droga dura, este sería el momento de la sobredosis a ritmo de mi canción favorita: “Ella me contempla como un piscis cuando estoy débil”, así empieza. No es una canción para escuchar en el coche ni para animarte recién levantado, sirve para morir de sobredosis canturreándola, es una canción para escucharla en bucle el último día de tu vida. En el colegio, recuerdo, una niña se quejaba del canto de los pájaros por la mañana. En la Universidad, en la primera, había un profesor que desataba las tormentas y una chica morena que acaparaba las tardes. Un día me dijo que me había visto con el coche de la autoescuela, nunca (estoy mintiendo) me ha latido el corazón tan aprisa. Luego se desvaneció por los siglos de los siglos. En la segunda Universidad aprendí a meterme en el río de los felices y bajé el volumen de los coches de la calle, y apagué las farolas municipales con dos dedos (como las personas mayores), y canté canciones inapropiadas bajo la lluvia, e inauguré la libreta de las primeras veces, y morí. Estaban todos allí, los de ahora y los de siempre, el cielo estaba reseco y crujía como la ropa que dejas una semana en la lavadora. Luego me reencarné en una de esas mariposas trilladas por el mecanismo feroz del reloj, después no sé a quien engañé. La cosa es que a veces me despierto de la siesta con dos o tres frases y tengo que escribirlas, mi debilidad mental hace que se me olviden en cuanto veo el folio en blanco, que, como todos sabemos, es el morir. Los hospitales, incluso los que fingen ser un hotel de semi lujo, son espantosos. Nueva York sigue estando lejísimos, y yo soy esa porción de tierra rodeado de descampados por todas partes, menos por una a la que denominamos a partir de ahora poesía, por llamarlo de alguna manera. Si hubiera un aparato para enfriar los alimentos instantáneamente se llamaría frigoondas por derecho propio. Después de trabajar 10 horas te acuerdas de sus ojos mientras hacíais el amor, y los metes en el mismo saco que los unicornios y el ziritione, pero siguen ahí, instalados en el para siempre, como cuando aprendes a montar en bici o ves el mar demasiado tarde. Después de sudar la vida de señorito durante 10 horas, empiezas a pensar en si te dejarán en la misma posición con la que duermes (mirando a la ventana, porque si miro a la pared está oscuro y me da mucho miedo) cuando te encasqueten el traje de pino. La noche cae muy despacito, pero no me engaña, sigue siendo un luto en sí misma.

viernes, julio 22, 2005

Cansancio

La mano en el saco de cuerda,
cuyo fondo guarda alimentos de estrella.
Fulgurante de chispas,
brilla entre los huesos y la carne
y me sube la mirada hasta el confín
de tus ojos increíbles,
de otro tiempo.
La tela de poner los platos del picnic,
junto a tus ojos abismales,
y tus besos, tus besos;
tu forma de hacer corbatas
con los dedos de la mano,
tu terrible manera
de no estar.

viernes, julio 08, 2005

Sweet Home

Podría vivir el resto del tiempo aquí,
frente al televisor, convertir la nostalgia
en cuentos chinos.
Podría romper la antena parabólica
y ver solo la segunda cadena de televisión,
odiar la libertad de elegir.
Sentirme feliz porque se ve a todo color,
como el Mundial del 82 en casa de mis abuelos.
Podría pensar en París en dos dimensiones,
en una página de enciclopedia amarillenta,
trenes que por aquí no pasan, luz y amor.
Pueblo de achicoria y serrín
y su canción monótona, su latido cansino;
soledad que das color a los toldos
y a los gatos que reposan atentos
a la sombra de un tabique de hormigón.
Suerte por comprar un ventilador
que salpique las piernas, mientras veo
el mar engalanado en la publicidad de Tv.
Sorbo el agua fría y miro por los ojitos de la persiana,
veo el verano y su interminable puesta en escena.


martes, julio 05, 2005

Héctor

Tengo un amigo.
En realidad
es como un hermano para mí;
es un buen chico,
nunca le han gustado los excesos:
no le gustan las chicas rubias,
ni el chocolate,
ni los coches grandes,
estoy seguro de que nunca
ha pensado en el suicidio.
Somos espantosamente distintos,
besó a una chica un lustro antes
de que yo lo hiciera,
yo pensaba mucho en esa chica,
en cierto modo también fue mi primer beso,
durante un tiempo.
Somos muy distintos, es cierto;
el nunca evitó su imagen en el espejo
ni creyó ver cocodrilos en el fondo de la piscina.
A pesar de todo hay cosas que compartimos,
como aventuras al fin del mundo,
lágrimas de hospital
o meriendas en el trono de Grafton St.
Afortunadamente en el camino de regreso
no hubo ningún control policial
y llegamos sanos y salvos a las horas de trabajo,
donde me ayudó con la clientela
haciéndolo todo, una vez más,
un poco menos cruel.

lunes, julio 04, 2005

Segundas partes

Para buscarte
en carreteras secundarias
-tus labios-
y vivir en la confusión
-motor o lluvia-
prefiero los abrazos
de las musas de imprenta
y dar media vuelta,
el despertador lo entenderá.

Títulos de crédito (en orden alfabético)

Es hora de subirle la cremallera
- sístole, diástole -
y marcharse antes de que despierte.
No me gustan las despedidas;
me mantendré callado.
(…no olvides los portales
y el frío y la niebla.
Y los besos confortables)
Te haces un hombre
cuando te conformas
con el empate emocional.
Cómo no ibas a estar
en mi último verso.
Hasta pronto.

viernes, julio 01, 2005

Cuchillería

No pensaba en palacios, entonces,
era poco más que un altillo sin ventanas
olía a cerrado y a la cera de las velas,
se llamaba sombra intermitente
y lo hacíamos en el suelo, y reíamos
hipotecando mis latidos de después:
los de ahora, los de no me creo que sea de día.
Luego el tren y la ciudad del frío
- mi corazón por la ventanilla,
tú corriendo por el andén-