En el fondo de tus ojos oceánicos suena una canción que me arrasa. No puedes hacer de tu capa un sayo porque tu disfraz es de desnudez. Simple como una mano ¿recuerdas? Simple como una mano. Me convierto en un pequeño alpinista por las curvas serpentinas de tu espalda. Planeta Tierra. En este tatami de riffs y melodías perennes solo entramos tú y yo. Mi soledad y la tuya cumplen la promesa de suicidio colectivo y se arrojan por la ventana, comen toneladas de vacío. Mírame, mírame. Soy grande como las penas del corazón pero quepo entre la zanja mínima que cumplen tus párpados. Estoy aquí. Estoy condenado a escuchar esta dulce canción. Cadena Perpetua. Sigue cantándome al oído, mientras te espero en la cama, o en el andén del tren. Canta en los intermedios de mi sueño, cuando caiga al vacío y me estremezca. Grábame un disco, a modo de notita de comienzos, para escudarte cuando ya no estés, por si un día desayuno a bocados en tu bar y el mío. Evita que haga alunizaje en la tienda de los vestidos para la ocasión. Ding Dong ¿Quién es? Soy el chico que trae tarta para después de las legumbres y que roba frases para una camiseta roja y negra. Ves, cuatro puntos de sutura y aun sigo entre los vivos. Menos mal que a punto estamos de dormir, o de morir, no lo sé, porque se están borrando las letras del teclado. Hay amor, ahora que nadie me oye.
One response to “Ahora que nadie me oye”
He oído al hombre que y a Roja hablar de ti alguna que otra vez los últimos días.
Me ha picado la curiosidad.
Bendita curiosidad.
O sintetizando: me gusta como escribes. Mucho
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