martes, marzo 22, 2005

Canciones

La tarde tambalea entre mis rodillas, de las tuberías que visten las paredes de ladrillo, nace ese olor a aguarrás y óxido que tan bien conozco. El sol es la única peca del enorme rostro cian que domina todos los ángulos de visión posible. La puerta de entrada al Instituto está abierta y las listas están puestas. Lo he conseguido. En un vuelo vuelvo a casa sin compartir mi alegría más que conmigo mismo. Me tumbo en mi cama boja abajo y esbozo una leve sonrisa. Cierro los ojos -Las barcas de dos en dos, como sandalias del viento-. Los abro en medio de una de esas mañanas de terciopelo -¿qué hace esa expresión en mi cabeza, si nunca la había oído?-, lo que queda del Otoño, lo que recuerdo yo al menos, respira pausadamente a escasos centímetros. Su expresión suavizada mientras duerme, hace que sea un crimen despertarla. Yo la miro, como un piscis, luego beso su piel de color de arenas movedizas, sé que se despierta antes de mirarme. Me deja ver sus ojos entumecidos y sin que me de cuenta me clava su báculo real: princesa venenosa. Yo me río, ella también. Enloquecidos nos abrazamos para avivar aun más si cabe el deseo. Todo es muy fácil: bailamos juntos (ella no estaba en mi baile de graduación. Yo tampoco fui) entre carcajadas. Me elevo dos metros por encima de la escena y caigo de pie dando saltos sobre la cama que ahora es diferente. Me miro al espejo de enfrente y tengo 8 años, llevo una camisa de hombreras amarilla y mi cara son dos carrillos rojos. Me bajo de la cama y está llena de tebeos, oigo a mi madre gritar que así romperé la cama y luego tendré que dormir en el suelo. Salgo a la calle y cojo el coche para ir a la tienda a trabajar. 300 barras de pan hoy. El mundo vuelve a tambalear.¡Despierta que llegamos tarde a clase!. Habitación de internado: muchas caras hostiles y unos pocos amigos. Para llegar a clase tenemos que atravesar un kilómetro de hierba. Las chicas están estupendas y por la noche, en el baile del gimnasio lucen sus conjuntos de brazos de tipos de amplias sonrisas, y botellas de vodka en la mochila. Trato de buscar el lado fresco de la almohada, y al darme la vuelta sigues aun ahí, esperando. ¿Me permite este último baile señorita? Ríes y parece que has inventado la carcajada. Finges un rubor en las mejillas. Así empieza el día.