Algunas veces, mejor dicho, casi nunca,
una nube de color negro se coloca encima de tu cabeza,
-sé que es una nube y no otra cosa porque me lo han dicho-,
tus manos se vuelven frías y esquivas
y tu mirada se parece a la que identificas en mí
cuando me paso tres pueblos de beber y me pongo a mirar las paredes,
algo tienen en común estos momentos:
dolor en la clavícula, ganas de devolver,
noches iluminadas por las lámparas de la calle,
más tarde: el final de la noche,
me abrazas como una muda que solo quiere conocer
las palabras del agua y de la arena,
un reptil asustado
en mitad de esta ciudad donde el agua llega solo hasta los tobillos.
miércoles, marzo 14, 2012
viernes, enero 27, 2012
NY-ESO-1
Es sábado por la mañana y entro en falsas panaderías francesas donde sirven café y cerveza
y tomo de ambas a partes iguales, siempre en busca de la justicia
con una sensación de ebriedad nerviosa que me pone a la altura de los ángeles,
que me recuerda al mar y a cuando eras distante conmigo, con escasas ganas de estar pendiente, decías.
Yo soy Ramón Egea café y cerveza, poesía y headhunting, el hijo de Madrid,
un tipo que sueña con que pega a su padre muerto puñetazos en el rostro
o le ata a una silla en un sótano para salvar el presente
y a su pequeña y desordenada familia que pasa frío, allá en Castilla,
donde se usan los descansillos como congeladores en lo crudo del invierno
y sale humo de la boca incluso con todas las puertas y ventanas cerradas.
Yo soy Ramón Egea, de rodillas ante la ventana porque decides venir a mi casa,
que sube la escalera del éxito pensando en qué pensaría su padre si le viera, sin embargo,
que reza por la vacuna NY-ESO-1, el nombre más hermoso de la Tierra,
desarrollada por científicos aspirantes a santos de la ciudad de Buffalo, estado de NY,
que no siente soledad ante las computadoras.
Un tío que lee la vida en el futbol
y que da patadas al balón de las letras mientras camina y dormita,
que no sabe de dónde demonios viene el gran helio del corazón, las palabras,
un tipo que elige como mejor momento del día los cuatro segundos
que aguardan tras el apagado de la luz de tu flexo púrpura, que se agarra a tu pecho para salvarse de la vida, que te propone leer al aburrido y exaltante Withman –cerveza y café- en algún parque de su ciudad, Madrid.
Ramón, un tío que te besa en los pelitos de la espalda y te muerde los labios
que te habla de París y sus clavos de acero, un tío esforzado que se equivoca mucho,
que salta sobre el alambre, que finta como jugador de balonmano castellano
ante la portería de la monstruosidad, un tío lejos de casa, con miedo a las aguas bravas
y amor por las aguas serenas base para cualquier alimento y bebida,
Ramón Egea, enemigo de las matemáticas en el amor,
fanático en el arte de contar las noches por sueños compartidos contigo, bonita mía.
y tomo de ambas a partes iguales, siempre en busca de la justicia
con una sensación de ebriedad nerviosa que me pone a la altura de los ángeles,
que me recuerda al mar y a cuando eras distante conmigo, con escasas ganas de estar pendiente, decías.
Yo soy Ramón Egea café y cerveza, poesía y headhunting, el hijo de Madrid,
un tipo que sueña con que pega a su padre muerto puñetazos en el rostro
o le ata a una silla en un sótano para salvar el presente
y a su pequeña y desordenada familia que pasa frío, allá en Castilla,
donde se usan los descansillos como congeladores en lo crudo del invierno
y sale humo de la boca incluso con todas las puertas y ventanas cerradas.
Yo soy Ramón Egea, de rodillas ante la ventana porque decides venir a mi casa,
que sube la escalera del éxito pensando en qué pensaría su padre si le viera, sin embargo,
que reza por la vacuna NY-ESO-1, el nombre más hermoso de la Tierra,
desarrollada por científicos aspirantes a santos de la ciudad de Buffalo, estado de NY,
que no siente soledad ante las computadoras.
Un tío que lee la vida en el futbol
y que da patadas al balón de las letras mientras camina y dormita,
que no sabe de dónde demonios viene el gran helio del corazón, las palabras,
un tipo que elige como mejor momento del día los cuatro segundos
que aguardan tras el apagado de la luz de tu flexo púrpura, que se agarra a tu pecho para salvarse de la vida, que te propone leer al aburrido y exaltante Withman –cerveza y café- en algún parque de su ciudad, Madrid.
Ramón, un tío que te besa en los pelitos de la espalda y te muerde los labios
que te habla de París y sus clavos de acero, un tío esforzado que se equivoca mucho,
que salta sobre el alambre, que finta como jugador de balonmano castellano
ante la portería de la monstruosidad, un tío lejos de casa, con miedo a las aguas bravas
y amor por las aguas serenas base para cualquier alimento y bebida,
Ramón Egea, enemigo de las matemáticas en el amor,
fanático en el arte de contar las noches por sueños compartidos contigo, bonita mía.