Algunas veces, mejor dicho, casi nunca,
una nube de color negro se coloca encima de tu cabeza,
-sé que es una nube y no otra cosa porque me lo han dicho-,
tus manos se vuelven frías y esquivas
y tu mirada se parece a la que identificas en mí
cuando me paso tres pueblos de beber y me pongo a mirar las paredes,
algo tienen en común estos momentos:
dolor en la clavícula, ganas de devolver,
noches iluminadas por las lámparas de la calle,
más tarde: el final de la noche,
me abrazas como una muda que solo quiere conocer
las palabras del agua y de la arena,
un reptil asustado
en mitad de esta ciudad donde el agua llega solo hasta los tobillos.