-practicando la narrativa-
Tenemos un coche con los ojos vagos; en el asiento de atrás se sienta un niño con un parche, es de noche y su ojo libre brilla. Llevo a mi hijo y a mi coche por caminos que destruyen el pensamiento. Los ojos de mi mujer, los ojos de mi hijo, los faros con gesto abatido de mi coche no verán nunca el gran mundo arrodillado frente a ellos. Conduzco en la oscuridad. La vida no es dejar atrás los viejos amores extraviados sino la visita de los fantasmas de las direcciones de email corporativas pasadas. A veces pienso en la mujer que buscaba asfixiarse en mis órganos sexuales, o en la época de una novia cerca de cada biblioteca de Madrid, cuando Madrid lo era todo, todas las ciudades fuera de Madrid. Qué raro que alguien te hable de escritores y que luego esos escritores tengan la cara del crimen para siempre. Tus labios son la conquista de América, y como tal, significan la matanza de miles y el reparto recto de la tierra. A tus labios había que acostumbrarse, recuerda que todos odiaban a G. Eiffel por el mamotreto. Ahora la gente se sienta en la explanada a beber vino bajo la llovizna presuntuosa de Francia. La música francesa en los caminos de la destrucción de la memoria, mis caminos, nuestros dulces caminos, hijo, no hacen más que daño. Tú al menos tienes el parche para ver la vida de color carne si me guiñas.
One response to “La Masacre de Wounded Knee”
Y resulta que aún te leo, poeta.
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