Cuando me despierto en medio de la noche
los deseos son más primitivos que nunca,
me levanto, voy casi corriendo a la cocina
el cerebro blando, la realidad desvanecida,
abro los armarios a toda velocidad
nada en mis baldas
nada en las baldas de mis compañeros
nada que llueva y ponga en funcionamiento
las cámaras de oxígeno que nutren
la ciudad de Madrid,
sudor nocturno que limpia las cañerías
de mi temeroso cuerpo.
Al final como un jamón rojo,
como rozaduras adolescentes en la rodilla,
que vivía feliz en un ángulo muerto
de nuestro frigorífico.
Me siento una bestia en esos momentos;
cuando estabas tú, qué remota eres tú,
la carne que comía era agria y compleja
y el estado hipnótico facilitaba dar pasos
absolutos por el desfiladero de vello invisible
entre tu ombligo y tu vagina.
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